martes, 10 de marzo de 2009

El papá jovencito, y la mamá madurita



Según un estudio publicado recientemente por investigadores médicos y psiquiátricos de Australia (Saha et al., 2009), sobre una muestra de 33.437 niños de 8 meses, 4 y 7 años de edad, la inteligencia de los niños (medida a través de tests válidos y fiables como el Stanford/Binet o el WISC)tiende a ser menor con el aumento de la edad del padre, mientras que, sorprendentemente, tiende a ser mayor con el aumento de la edad de la madre. Los resultados sugieren que si los dos progenitores tienen la misma edad, lo ideal es que tengan hijos en torno a los 24-25 años. Si, por el contrario, el posible papá y la posible mamá tienen distinta edad, lo ideal es que la mamá tenga mayor edad que el papá, estando la combinación ideal en torno a los 18-20 años para él y los 35-40 para ella. Por el momento, no se dispone de una explicación satisfactoria sobre estos resultados descriptivo-correlacionales, pero, de por sí, los hallazgos son interesantes, qué duda cabe. Una explicación que ofrecen los autores del estudio para la asociación negativa entre edad del padre e inteligencia de los hijos es la de que el esperma de los hombres sufre más mutaciones con la edad, lo que podría originar mecanismos epigenéticos anormales (véase Epigenética). Debe tenerse en cuenta que este estudio sólo describe asociaciones (correlaciones) entre variables, y, por tanto, no se trata de "relaciones causales". De modo que no dice nada acerca de si la asociación entre la edad de los padres y las puntuaciones en inteligencia ("efecto") de los hijos se debe o no a la edad biológica de los padres ("causa"?). Podría ser que la edad de los padres sea simplemente un "indicador" de otra variable, por ejemplo, una variable "cultural". Por ejemplo, quizás sean los padres más jóvenes los que aportan a sus hijos mayores niveles de motivación, implicación afectiva y estimulación que los mayores, quienes pueden estar más ocupados con sus responsabilidades laborales. Y quizás sean las madres menos jóvenes las que, a su vez, gracias a su mayor experiencia vital y madurez personal, aporten a sus hijos mayor estímulo para el desarrollo temprano de la inteligencia. No obstante, a pesar de que en los primeros 3 años de edad la plasticidad cerebral es notable, no debe olvidarse que la investigación (especialmente con gemelos) ha constatado que la inteligencia general o inteligencia psicométrica (la que miden los tests) tiene una fuerte carga genética, dejando poco margen para su modificabilidad a través de la intervención o los estilos de crianza (véase El mito de la educación, de Judith Harris; para una revisión más detallada sobre la investigación sobre inteligencia humana véase Colom y Andrés-Pueyo, 1999).
Con todo, estos resultados chocan con la idea hasta ahora sólidamente defendida de que conviene que los padres y las madres sean relativamente jóvenes (entre 20 y 25, se suponía lo ideal).

2 comentarios:

ROBERTO COLOM dijo...

Este estudio es realmente extraño. Tanto que tiendo a ser muy escéptico. Algo debe estar mal hecho. Aún siendo correcto que los genes del padre son responsables de la placenta, mientras que los de la madre son responsables de la mayor parte del embrión --especialmente de la cabeza y el cerebro, existe un axioma evolucionista que este estudio viola abieramente: la selección natural ha diseñado las partes de nuestro cuerpo para durar lo suficiente como para ver que nuestros descendientes pueden valerse por sí mismos. En la Edad de Piedra, nuestros ancestros comenzaban a reproducirse alrededor de los 20 años de edad, continuando hasta los 35 y cuidando de sus niños durante más o menos 20 años, de modo que hacia los 55 podían morir sin erosionar su éxito reproductivo. Ergo, la madurez, en ningún sexo, parece resultar especialmente ideal para la reproducción.

Juan Carlos Pérez-González dijo...

Ciertamente, Roberto, los resultados de este estudio son extraños, y quizás por eso mismo llamativos. Ya sabemos que lo interesante está por venir. Es decir, la replicación del estudio en otras investigaciones nos dirá si tienen o no sentido estos hallazgos. ¿Se hallarán resultados similares cuando se replique este estudio en el futuro? Ahí estará la clave. De hecho, lo más interesante de la investigación no es "descubrir" algo, sino confirmar, una y otra vez, tal "descubrimiento". A partir de entonces es cuando empezamos a "confiar" en que ese algo existe realmente. Un buen ejemplo de esto es aquello del "Efecto Mozart", muy famoso en su momento, pero que la investigación posterior no ha vuelto a confirmar. ¿Era por tanto un timo o simplemente una precipitada conclusión fruto de un estudio dudoso?