viernes, 21 de noviembre de 2008

La educación (Einstein, 1934)

La educación (Einstein, 1934)
Ensayo extraído del libro “Mis creencias”, de Albert Einstein.
Fuente: http://www.elaleph.com
Libro completo en: http://www.uruguaypiensa.org.uy/imgnoticias/85.pdf


Los aniversarios suelen dedicarse sobre todo a exámenes retrospectivos,
en particular para evocar el recuerdo de personajes que se han
destacado por el fomento de la vida cultural. No debe menospreciarse,
por supuesto, este homenaje amistoso a nuestros predecesores, en tanto
se considera que este recuerdo de lo mejor del pasado estimula a quienes
en el presente se encuentran bien dispuestos para un valeroso esfuerzo
en el mismo sentido. Mas esto tendría que hacerla alguien que,
desde su juventud, haya estado en contacto con este país y estuviera
familiarizado con su pasado, no un individuo que, como un gitano, ha
vagado siempre de un lugar a otro y ha acumulado experiencias en toda
clase de países.
No me queda, entonces, más opción que hablar de cuestiones que,
ahora y siempre, con independencia del tiempo y del espacio, se relacionan
con problemas educativos. No pretendo ser una autoridad en la
materia, en especial cuando personas inteligentes y bien intencionadas
de todos los tiempos han estudiado los problemas le la educación y han
expresado clara y repetidamente sus ideas sobre ellos. ¿De dónde puedo
sacar yo el valor, que soy en parte lego en el campo de la pedagogía,
para exponer opiniones sin más fundamento que mi experiencia y
mis creencias personales? Si se tratase de una cuestión científica, sin
duda me sentiría inclinado a guardar silencio.
Pero el caso difiere cuando se trata de hombres en actividad. Aquí
no es suficiente el conocimiento de la verdad; al contrario, este conocimiento
debe renovarse de manera continua a través de esfuerzos
incesantes. Es como una estatua de mármol que se alza en el desierto
ya la que la arena amenaza sepultar. Las manos generosas deben trabajar
siempre para que el mármol siga brillando a la luz del sol. Estas
manos mías forman también parte de todas esas manos serviciales.
La enseñanza ha sido el instrumento más idóneo para transmitir el
tesoro de la tradición de una generación a otra. Esto acaece aún hoy en
mayor grado que en tiempos anteriores, pues a causa del desarrollo
moderno de la vida económica se ha debilitado la familia como portadora
de la tradición y de la educación. La continuidad y la preservación
de la humanidad dependen, por tanto, en un nivel mayor que antes, de
las instituciones de enseñanza.
A veces sólo se ve a la escuela como instrumento para transmitir
el máximo de conocimientos a la generación presente. Pero esto no es
exacto. El conocimiento está muerto; la escuela, en cambio, sirve a los
vivos. Deberían cultivarse en los individuos jóvenes cualidades y aptitudes
valiosas para el bien común. Más ello no significa que haya que
destruir la individualidad y que el individuo se convierta en simple
instrumento de la comunidad, como una abeja o una hormiga. Una
comunidad de individuos moldeados con el mismo patrón, sin originalidad
ni objetivos propios sería una sociedad empobrecida sin posibilidades
de evolución. El objetivo ha de ser, al contrario, formar
individuos que actúen y piensen con independencia y que consideren,
no obstante, su interés vital más importante el servicio a la comunidad.
Por lo que he podido observar, el sistema de educación inglés es el que
más se aproxima a este ideal.
Pero, ¿cómo alcanzarlo?
¿Se debe, quizá, tratar de moralizar? En mudo alguno. Las palabras
son y siguen siendo un sonido vacío, y el camino de la perdición
siempre ha estado sembrado de fidelidad verbal a un ideal. Las grandes
personalidades no se forman con lo que se oye o se dice, sino mediante
el trabajo y la actividad.
Por consiguiente, el mejor método de educación ha sido siempre
aquel en que se urge al discípulo a la realización de tareas concretas.
Esto se aplica tanto a los primeros intentos de escribir del niño de la
escuela primaria, como a una tesis universitaria, o a la simple memorización
de un poema, a escribir una composición, a interpretar o traducir
un texto, a resolver un problema de matemáticas o a la práctica de
un deporte.
Mas, detrás de cada triunfo está la motivación que constituye su
fundamento y que a su vez se ve fortalecida por la consecución del fin
del proyecto. Ahí residen las principales diferencias, esenciales para el
valor educativo de la escueta. El mismo esfuerzo puede surgir del temor
y la coacción, del deseo ambicioso de autoridad y honores, o de un
interés afectivo y un deseo de verdad y comprensión, y por tanto de esa
curiosidad divina que todo niño sano posee, si bien tan a menudo se
debilita prematuramente. La influencia educativa que ejerce sobre el
alumno la ejecución de un trabajo puede ser muy distinta, según provenga
del miedo al castigo, la pasión egoísta o el deseo de placer y
satisfacción. Y nadie sostendrá, creo, que la administración del centro
de enseñanza y la actitud de los profesores no influye en la formación
de la psicología de los alumnos.
Para mí lo peor de la escuela es que utiliza como fundamento el
temor, la fuerza y la autoridad. Este tratamiento destruye los sentimientos
sólidos, la sinceridad y la confianza del alumno en sí mismo.
Crea un ser sumiso. No es extraño que tales escuelas sean comunes en
Alemania y Rusia. Sé qué los centros de enseñanza de este país están
libres de este mal, que es el más dañino de todos; lo mismo sucede en
Suiza y por cierto en todos los países con gobiernos democráticos. En
cierto modo es fácil liberar a los centros de enseñanza de este grave
mal. El poder del maestro debe basarse lo menos posible en medidas
coactivas, de modo que la única fuente de respeto del alumno al profesor
sean las cualidades humanas e intelectuales de éste.
El motivo que enunciamos en segundo lugar, la ambición, o dicho
en forma más moderada, la busca de respeto y consideración de los
demás, es algo que se halla muy enraizado en la naturaleza humana. Si
no se diese un estímulo mental de este género, sería del todo imposible
la cooperación entre los seres humanos. El deseo de obtener la aprobación
del prójimo es, desde luego, uno de los poderes de cohesión más
importantes de la sociedad. En este complejo de sentimientos, se hallan
unidas de manera estrecha fuerzas constructivas y destructivas. El afán
de aprobación y reconocimiento es un estímulo sano, pero el designio
de ser reconocido como el mejor, el más fuerte o más inteligente que el
prójimo o el compañero de estudias, conduce muy pronto a una actitud
psicológica en exceso egoísta, que puede resultar dañosa para el individuo
y la comunidad. Así, la institución de enseñanza y el profesor
deben cuidarse de emplear el fácil método de fomentar la ambición
personal para impulsar a los alumnos al trabajo diligente.
No pocas personas han citado en este sentido la teoría de la lucha
por la vida y de la selección natural de Darwin como una autoridad
para fomentar el espíritu de lucha. Hay quienes han intentado también
demostrar de manera seudocientífica que es necesaria la destructiva
lucha económica, fruto de la competencia entre los individuos. Esto es
un error, pues el hombre debe su fuerza en la lucha por la vida al hecho
de ser un animal social. Lo mismo que la contienda entre las hormigas
de un mismo hormiguero impediría la supervivencia de éste, el enfrentamiento
entre los miembros de una misma comunidad humana
atenta contra su supervivencia.
Por consiguiente, tenemos que prevenirnos contra quienes predican
a los jóvenes el éxito, en el sentido habitual, como objetivo de la
vida. Pues el hombre que triunfa es aquel que recibe mucho de sus
semejantes, por lo general mucho más de lo que corresponde al servicio
que les presta. El valor de un hombre debería juzgarse en función
de lo que da y no de lo que recibe.
La motivación más gratificante del trabajo, en la escuela, en la
vida, es el placer que proporciona el trabajo mismo, el que ofrecen sus
resultados y la certeza del valor que tienen estos logros para la comunidad.
Para mí la tarea decisiva de la enseñanza es despertar y fortalecer
estas fuerzas psicológicas en el joven.
Esta base psicológica genera por sí sola un deseo gozoso de obtener
la posesión más valiosa que pueda alcanzar un ser humano: conocimiento
y destreza artística.
Hacer surgir estos poderes psicológicos productivos es, por supuesto,
más difícil que utilizar la fuerza o despertar la ambición individual,
si bien tiene un mérito más elevado. Todo consiste en estimular la
inclinación de los niños por el juego y el deseo infantil de reconocimiento
y guiar al niño hacia dominios que sean beneficiosos para la
sociedad; la educación se funda así en el anhelo de una actividad fecunda
y de reconocimiento. Si la escuela consigue impulsar con éxito
tales enfoques, se verá honrada por la nueva generación y las tareas
que asigne a los educandos serán aceptadas como un don especial. He
conocido niños que preferían la escuela a las vacaciones.
Una escuela de este tipo exige que el maestro sea una especie de
artista en su actividad. ¿Qué puede hacerse para que prevalezca este
espíritu en la escuela? No es fácil ofrecer aquí una solución universal
que satisfaga a todos. Hay, sin embargo, condiciones fijas que deben
cumplirse. En primer término, formar a los profesores para tales escuelas.
En segundo lugar, conceder amplia libertad al profesor para
seleccionar el material de enseñanza y los métodos pedagógicos que
desee emplear. Es cierto que también en su caso se aplica aquello de
que el placer de la organización del propio trabajo se ve sofocado por
la fuerza y la presión externas.
Quienes han seguido hasta aquí mis reflexiones con atención
pueden formularse una pregunta. He hablado bastante del espíritu en
que debe educarse a la juventud, según mi criterio. Nada he dicho,
empero, sobre la elección de las disciplinas a enseñar ni sobre el método
de enseñanza, ¿Debe predominar el idioma o la formación técnica
de la ciencia?
Contesto: En mi opinión todo esto es de importancia secundaria.
Si un joven ha adiestrado sus músculos y su resistencia física en la
marcha y en la gimnasia, podrá más tarde realizar cualquier tarea ruda.
Lo mismo sucede con el empleo de la inteligencia y el ejercicio de la
aptitud mental y manual. No se equivocaba, pues, quien expresó:
"Educación es lo que queda cuando se olvida lo que se aprendió en la
escuela". Por tal causa no me interesa tomar partido en absoluto en la
lucha entre los que defienden la educación clásica filológico histórica y
los que prefieren la educación orientada hacia las ciencias naturales.
Deseo impugnar, por otra parte, la idea de que la escuela debe enseñar
de manera directa ese conocimiento especial y esas aptitudes
específicas que se han de utilizar después en la vida. Las exigencias de
la vida son demasiado múltiples para que resulte posible esta formación
especializada en la escuela. Además considero censurable tratar al
individuo como una herramienta inerte. La escuela tiene que plantearse
siempre como objetivo que el joven salga de ella con una personalidad
armónica, y no como un especialista. Pienso que este principio es aplicable,
en cierto sentido, a las escuelas técnicas, cuyos alumnos se dedicarán
a una profesión bien definida. Lo primero debería ser desarrollar
la capacidad general para el pensamiento y el juicio independientes y
no la adquisición simple de conocimientos especializados. Si un individuo
domina los fundamentos de su disciplina y ha aprendido a pensar
y a trabajar con autonomía, encontrará sin duda su camino, y además
será mucho más hábil para adaptarse al progreso y los cambios, que el
individuo cuya formación consista sólo en la adquisición de algunos
conocimientos detallados.
En síntesis, quiero subrayar una vez más que lo dicho aquí de
manera un tanto categórica no pretende ser más que la opinión personal
de un hombre que únicamente se funda en su propia experiencia como
alumno y como profesor.
FIN.

2 comentarios:

Gaby - diseño web dijo...

Muy buen poat amigo.. Albert Einstein es lo mejor :)

heber - casas en venta dijo...

siempre que habla Albert Einstein, es mucho lo que se aprende...