martes, 25 de noviembre de 2008

Demos Kratos




Desde que aproximadamente en el año 510 a.C. el político Clístenes, tras un período de oligarquía y tiranía, instaurase las bases de un gobierno democrático en la antigua Atenas, la historia nos ha enseñado que la democracia (demos-kratos: "el poder del pueblo") puede no ser una forma ideal de gobierno, mas, por ser la menos contraproducente, se erige como la mejor conocida hasta el momento. Así, en un famoso discurso de Churchill cuando se encontraba en el partido de la oposición, éste sugirió también la misma idea:
“Muchas formas de gobierno se han intentado y se seguirán intentando en este mundo de pecado y de aflicción. Nadie pretende que la democracia sea perfecta o totalmente acertada. En verdad, se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno, exceptuando todas aquellas formas de gobierno que se han intentando de vez en cuando; pero hay un amplio sentimiento en nuestro país de que la gente debería mandar, mandar continuamente, y que la opinión pública, expresada por todos los medios constitucionales, debería formar, guiar y controlar las acciones de los Ministros, que son sus sirvientes y no sus señores” (Churchill, 1947). En esta línea, Churchill también admitió lo siguiente:
"El mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio".
Con todo, hoy día, incluso se habla de la "hipótesis de Churchill": "Si la gente que ha experimentado personalmente las limitaciones de regímenes democráticos y no democráticos opta en favor de los primeros, entonces la hipótesis de Churchill se mantiene" (Krzysztof, 1999).
Afortunadamente, la democracia está cada vez más extendida y consolidada a lo largo y ancho de la tierra, aunque aún se tambalea o apenas existe en numerosos países. Este año ha sido uno de los años más destacados en el éxito de la democracia, y son prueba de ello dos hechos significativos, uno "local o doméstico" y otro "overseas" (de ultramar):
a) por primera vez en la historia de Eurovisión en España, un "cantante?" fue elegido por el pueblo ("Chikilicuatre") para representar al país en este festival. A todas luces (por si alguien aún no se había enterado o bien había orbitado fuera del planeta durante la primavera), la elección de este personaje como representante español para Eurovisión fue una demostración del poder otorgado al pueblo, que, en esta ocasión, aprovechó para burlarse del citado Festival.
b) por primera vez en la historia de EE.UU., se elige como presidente del país a un afroamericano. Sin duda, otra enorme conquista de la democracia y de la igualdad de oportunidades.
Pues bien, no sabemos qué probabilidades habrá en el futuro de que el segundo hito se repita en los EE.UU., pero en cuanto al primero, desde RTVE ya se han encargado de que "el pueblo" deje de tener "tanto" poder. Según se ha publicado en la prensa, para el festival de Eurovisión de 2009 ya no serán los internautas quienes elegirán al representante español a través de MySpace, sino que tras las votaciones de éstos, será un jurado (con cuatro miembros de la Unión Europea de Radio y Televisión y sólo uno de MySpace) quienes escogerán.
En fin, la democracia sigue "dando miedo" a los que se inclinan por la oligarquía en cualquiera de sus formas.

viernes, 21 de noviembre de 2008

La educación (Einstein, 1934)

La educación (Einstein, 1934)
Ensayo extraído del libro “Mis creencias”, de Albert Einstein.
Fuente: http://www.elaleph.com
Libro completo en: http://www.uruguaypiensa.org.uy/imgnoticias/85.pdf


Los aniversarios suelen dedicarse sobre todo a exámenes retrospectivos,
en particular para evocar el recuerdo de personajes que se han
destacado por el fomento de la vida cultural. No debe menospreciarse,
por supuesto, este homenaje amistoso a nuestros predecesores, en tanto
se considera que este recuerdo de lo mejor del pasado estimula a quienes
en el presente se encuentran bien dispuestos para un valeroso esfuerzo
en el mismo sentido. Mas esto tendría que hacerla alguien que,
desde su juventud, haya estado en contacto con este país y estuviera
familiarizado con su pasado, no un individuo que, como un gitano, ha
vagado siempre de un lugar a otro y ha acumulado experiencias en toda
clase de países.
No me queda, entonces, más opción que hablar de cuestiones que,
ahora y siempre, con independencia del tiempo y del espacio, se relacionan
con problemas educativos. No pretendo ser una autoridad en la
materia, en especial cuando personas inteligentes y bien intencionadas
de todos los tiempos han estudiado los problemas le la educación y han
expresado clara y repetidamente sus ideas sobre ellos. ¿De dónde puedo
sacar yo el valor, que soy en parte lego en el campo de la pedagogía,
para exponer opiniones sin más fundamento que mi experiencia y
mis creencias personales? Si se tratase de una cuestión científica, sin
duda me sentiría inclinado a guardar silencio.
Pero el caso difiere cuando se trata de hombres en actividad. Aquí
no es suficiente el conocimiento de la verdad; al contrario, este conocimiento
debe renovarse de manera continua a través de esfuerzos
incesantes. Es como una estatua de mármol que se alza en el desierto
ya la que la arena amenaza sepultar. Las manos generosas deben trabajar
siempre para que el mármol siga brillando a la luz del sol. Estas
manos mías forman también parte de todas esas manos serviciales.
La enseñanza ha sido el instrumento más idóneo para transmitir el
tesoro de la tradición de una generación a otra. Esto acaece aún hoy en
mayor grado que en tiempos anteriores, pues a causa del desarrollo
moderno de la vida económica se ha debilitado la familia como portadora
de la tradición y de la educación. La continuidad y la preservación
de la humanidad dependen, por tanto, en un nivel mayor que antes, de
las instituciones de enseñanza.
A veces sólo se ve a la escuela como instrumento para transmitir
el máximo de conocimientos a la generación presente. Pero esto no es
exacto. El conocimiento está muerto; la escuela, en cambio, sirve a los
vivos. Deberían cultivarse en los individuos jóvenes cualidades y aptitudes
valiosas para el bien común. Más ello no significa que haya que
destruir la individualidad y que el individuo se convierta en simple
instrumento de la comunidad, como una abeja o una hormiga. Una
comunidad de individuos moldeados con el mismo patrón, sin originalidad
ni objetivos propios sería una sociedad empobrecida sin posibilidades
de evolución. El objetivo ha de ser, al contrario, formar
individuos que actúen y piensen con independencia y que consideren,
no obstante, su interés vital más importante el servicio a la comunidad.
Por lo que he podido observar, el sistema de educación inglés es el que
más se aproxima a este ideal.
Pero, ¿cómo alcanzarlo?
¿Se debe, quizá, tratar de moralizar? En mudo alguno. Las palabras
son y siguen siendo un sonido vacío, y el camino de la perdición
siempre ha estado sembrado de fidelidad verbal a un ideal. Las grandes
personalidades no se forman con lo que se oye o se dice, sino mediante
el trabajo y la actividad.
Por consiguiente, el mejor método de educación ha sido siempre
aquel en que se urge al discípulo a la realización de tareas concretas.
Esto se aplica tanto a los primeros intentos de escribir del niño de la
escuela primaria, como a una tesis universitaria, o a la simple memorización
de un poema, a escribir una composición, a interpretar o traducir
un texto, a resolver un problema de matemáticas o a la práctica de
un deporte.
Mas, detrás de cada triunfo está la motivación que constituye su
fundamento y que a su vez se ve fortalecida por la consecución del fin
del proyecto. Ahí residen las principales diferencias, esenciales para el
valor educativo de la escueta. El mismo esfuerzo puede surgir del temor
y la coacción, del deseo ambicioso de autoridad y honores, o de un
interés afectivo y un deseo de verdad y comprensión, y por tanto de esa
curiosidad divina que todo niño sano posee, si bien tan a menudo se
debilita prematuramente. La influencia educativa que ejerce sobre el
alumno la ejecución de un trabajo puede ser muy distinta, según provenga
del miedo al castigo, la pasión egoísta o el deseo de placer y
satisfacción. Y nadie sostendrá, creo, que la administración del centro
de enseñanza y la actitud de los profesores no influye en la formación
de la psicología de los alumnos.
Para mí lo peor de la escuela es que utiliza como fundamento el
temor, la fuerza y la autoridad. Este tratamiento destruye los sentimientos
sólidos, la sinceridad y la confianza del alumno en sí mismo.
Crea un ser sumiso. No es extraño que tales escuelas sean comunes en
Alemania y Rusia. Sé qué los centros de enseñanza de este país están
libres de este mal, que es el más dañino de todos; lo mismo sucede en
Suiza y por cierto en todos los países con gobiernos democráticos. En
cierto modo es fácil liberar a los centros de enseñanza de este grave
mal. El poder del maestro debe basarse lo menos posible en medidas
coactivas, de modo que la única fuente de respeto del alumno al profesor
sean las cualidades humanas e intelectuales de éste.
El motivo que enunciamos en segundo lugar, la ambición, o dicho
en forma más moderada, la busca de respeto y consideración de los
demás, es algo que se halla muy enraizado en la naturaleza humana. Si
no se diese un estímulo mental de este género, sería del todo imposible
la cooperación entre los seres humanos. El deseo de obtener la aprobación
del prójimo es, desde luego, uno de los poderes de cohesión más
importantes de la sociedad. En este complejo de sentimientos, se hallan
unidas de manera estrecha fuerzas constructivas y destructivas. El afán
de aprobación y reconocimiento es un estímulo sano, pero el designio
de ser reconocido como el mejor, el más fuerte o más inteligente que el
prójimo o el compañero de estudias, conduce muy pronto a una actitud
psicológica en exceso egoísta, que puede resultar dañosa para el individuo
y la comunidad. Así, la institución de enseñanza y el profesor
deben cuidarse de emplear el fácil método de fomentar la ambición
personal para impulsar a los alumnos al trabajo diligente.
No pocas personas han citado en este sentido la teoría de la lucha
por la vida y de la selección natural de Darwin como una autoridad
para fomentar el espíritu de lucha. Hay quienes han intentado también
demostrar de manera seudocientífica que es necesaria la destructiva
lucha económica, fruto de la competencia entre los individuos. Esto es
un error, pues el hombre debe su fuerza en la lucha por la vida al hecho
de ser un animal social. Lo mismo que la contienda entre las hormigas
de un mismo hormiguero impediría la supervivencia de éste, el enfrentamiento
entre los miembros de una misma comunidad humana
atenta contra su supervivencia.
Por consiguiente, tenemos que prevenirnos contra quienes predican
a los jóvenes el éxito, en el sentido habitual, como objetivo de la
vida. Pues el hombre que triunfa es aquel que recibe mucho de sus
semejantes, por lo general mucho más de lo que corresponde al servicio
que les presta. El valor de un hombre debería juzgarse en función
de lo que da y no de lo que recibe.
La motivación más gratificante del trabajo, en la escuela, en la
vida, es el placer que proporciona el trabajo mismo, el que ofrecen sus
resultados y la certeza del valor que tienen estos logros para la comunidad.
Para mí la tarea decisiva de la enseñanza es despertar y fortalecer
estas fuerzas psicológicas en el joven.
Esta base psicológica genera por sí sola un deseo gozoso de obtener
la posesión más valiosa que pueda alcanzar un ser humano: conocimiento
y destreza artística.
Hacer surgir estos poderes psicológicos productivos es, por supuesto,
más difícil que utilizar la fuerza o despertar la ambición individual,
si bien tiene un mérito más elevado. Todo consiste en estimular la
inclinación de los niños por el juego y el deseo infantil de reconocimiento
y guiar al niño hacia dominios que sean beneficiosos para la
sociedad; la educación se funda así en el anhelo de una actividad fecunda
y de reconocimiento. Si la escuela consigue impulsar con éxito
tales enfoques, se verá honrada por la nueva generación y las tareas
que asigne a los educandos serán aceptadas como un don especial. He
conocido niños que preferían la escuela a las vacaciones.
Una escuela de este tipo exige que el maestro sea una especie de
artista en su actividad. ¿Qué puede hacerse para que prevalezca este
espíritu en la escuela? No es fácil ofrecer aquí una solución universal
que satisfaga a todos. Hay, sin embargo, condiciones fijas que deben
cumplirse. En primer término, formar a los profesores para tales escuelas.
En segundo lugar, conceder amplia libertad al profesor para
seleccionar el material de enseñanza y los métodos pedagógicos que
desee emplear. Es cierto que también en su caso se aplica aquello de
que el placer de la organización del propio trabajo se ve sofocado por
la fuerza y la presión externas.
Quienes han seguido hasta aquí mis reflexiones con atención
pueden formularse una pregunta. He hablado bastante del espíritu en
que debe educarse a la juventud, según mi criterio. Nada he dicho,
empero, sobre la elección de las disciplinas a enseñar ni sobre el método
de enseñanza, ¿Debe predominar el idioma o la formación técnica
de la ciencia?
Contesto: En mi opinión todo esto es de importancia secundaria.
Si un joven ha adiestrado sus músculos y su resistencia física en la
marcha y en la gimnasia, podrá más tarde realizar cualquier tarea ruda.
Lo mismo sucede con el empleo de la inteligencia y el ejercicio de la
aptitud mental y manual. No se equivocaba, pues, quien expresó:
"Educación es lo que queda cuando se olvida lo que se aprendió en la
escuela". Por tal causa no me interesa tomar partido en absoluto en la
lucha entre los que defienden la educación clásica filológico histórica y
los que prefieren la educación orientada hacia las ciencias naturales.
Deseo impugnar, por otra parte, la idea de que la escuela debe enseñar
de manera directa ese conocimiento especial y esas aptitudes
específicas que se han de utilizar después en la vida. Las exigencias de
la vida son demasiado múltiples para que resulte posible esta formación
especializada en la escuela. Además considero censurable tratar al
individuo como una herramienta inerte. La escuela tiene que plantearse
siempre como objetivo que el joven salga de ella con una personalidad
armónica, y no como un especialista. Pienso que este principio es aplicable,
en cierto sentido, a las escuelas técnicas, cuyos alumnos se dedicarán
a una profesión bien definida. Lo primero debería ser desarrollar
la capacidad general para el pensamiento y el juicio independientes y
no la adquisición simple de conocimientos especializados. Si un individuo
domina los fundamentos de su disciplina y ha aprendido a pensar
y a trabajar con autonomía, encontrará sin duda su camino, y además
será mucho más hábil para adaptarse al progreso y los cambios, que el
individuo cuya formación consista sólo en la adquisición de algunos
conocimientos detallados.
En síntesis, quiero subrayar una vez más que lo dicho aquí de
manera un tanto categórica no pretende ser más que la opinión personal
de un hombre que únicamente se funda en su propia experiencia como
alumno y como profesor.
FIN.

Ciencia y religión (Einstein, 1954)

Ciencia y religión (Einstein, 1954)
Ensayo extraído del libro “Mis creencias”, de Albert Einstein.
Fuente: http://www.elaleph.com
Libro completo en: http://www.uruguaypiensa.org.uy/imgnoticias/85.pdf


En el transcurso del siglo pasado y parte del anterior se sostuvo
de manera generalizada que existía un conflicto insalvable entre la
ciencia y la fe. La opinión que predominaba entre las personas de ideas
avanzadas afirmaba que había llegado la hora de que el conocimiento,
la ciencia, reemplazase a la fe; toda creencia que no se apoyara en el
conocimiento era superstición y, como tal debía ser combatida. De
acuerdo con esta concepción, la educación tenía como única función
abrir el camino al pensar y al conocer, y la escuela, como instrumento
decisivo de la instrucción del pueblo, debía servir sólo a este fin.
Sin duda es difícil hallar, si se la encuentra, una exposición tan
simple del punto de vista racionalista; toda persona sensata puede ver
en efecto lo unilateral de esta exposición. Sin embargo también es
aconsejable exponer una tesis nítida y concisa si se quieren aclararlas
ideas respecto a la naturaleza de este problema.
Por supuesto que el mejor medio de defender cualquier convicción
es fundarla en la experiencia y en el razonamiento. Tenemos que
aceptar en este caso el racionalismo extremo. El punto débil de esta
concepción resulta, empero, que esas ideas que son inevitables y determinan
nuestra conducta y nuestros juicios no pueden basarse sólo en
este único procedimiento científico.
En efecto, el método científico no puede mostrarnos más que cómo
se relacionan los hechos entre sí y cómo se condicionan mutuamente.
El deseo de alcanzar este conocimiento objetivo pertenece a la
máxima exigencia de que es capaz el hombre, y pienso, por cierto, que
nadie sospechará que intente reducir los triunfos y las luchas heroicas
del hombre en este ámbito. Sin embargo, es manifiesto también que el
conocimiento de lo que es no da acceso directo a lo que debería ser. Se
puede tener el conocimiento más claro y completo de lo que es, y no
lograr, en efecto, deducir de ello lo que debería ser la finalidad de
nuestras aspiraciones humanas. El conocimiento objetivo nos proporciona
poderosos instrumentos para conseguir ciertos fines, pero el
objetivo último en sí y el propósito de alcanzarlo deben venir de otra
fuente. No creo que sea necesario siquiera defender la tesis de que
nuestra existencia y nuestra actividad sólo asumen sentido por la prosecución
de un objetivo tal y los valores correspondientes. El conocimiento
de la verdad como tal es admirable, mas su utilidad como guía
es tan escasa que no es posible demostrar ni la justificación ni el valor
de la aspiración hacia ese mismo conocimiento de la verdad. Por consiguiente,
nos enfrentamos aquí con los límites de la concepción puramente
racional de nuestra existencia.
Sin embargo, no debe suponerse que el pensamiento inteligente
no desempeñe algún papel en la formación de lo objetivo y de los juicios
éticos. Cuando se comprende que ciertos medios serían útiles para
la consecución de un fin, los medios en sí se convierten entonces en un
fin. La inteligencia nos aclara la interrelación entre medios y fines.
Empero, el simple pensamiento no es capaz de proporcionarnos un
sentido de los fines últimos y fundamentales. Penetrar estos fines y
estas valoraciones esenciales e introducirlos en la vida emotiva de los
individuos, me parece, de manera concreta, la función más importante
de la religión en la vida social del hombre. Y si nos preguntamos de
dónde se deriva la autoridad de tales fines esenciales, puesto que no
pueden fundarse y justificarse en la razón, sólo diremos: son, en una
sociedad sana, tradiciones poderosas, que influyen en la conducta, en
las aspiraciones y en los juicios de los individuos. Esto es, están allí
como algo vivo, sin que resulte indispensable buscar una justificación
de su existencia. Adquieren fuerza no mediante la demostración sino
de la revelación, a través de personalidades vigorosas. No es posible
tratar de justificarlas, sino captar su naturaleza de modo simple y claro.
Los más elevados principios de nuestras aspiraciones y juicios
nos los proporciona la tradición religiosa judeocristiana. Es un objetivo
muy digno que, con nuestras débiles fuerzas, sólo logramos alcanzar
muy pobremente, si bien proporciona una base segura a nuestras aspiraciones
y valoraciones. Si se separa este objetivo de su forma religiosa
y se examina en su mero aspecto humano, tal vez sea posible exponerlo
así: Desarrollo libre y responsable del individuo, de modo que logre
poner sus cualidades, con libertad y alegría al servicio de toda la humanidad.
No se intenta divinizar a una nación, a una clase ni tampoco a un
individuo. ¿No somos todos hijos de un padre, tal como se dice en el
lenguaje religioso? En verdad, tampoco correspondería al espíritu de
este ideal la divinización del género humano, como una totalidad abstracta.
Sólo tiene alma el individuo. Y el fin superior del individuo es
servir más que regir, o superarse de cualquier otro modo.
Si se examina la sustancia y se olvida la forma, pueden considerarse
además estas palabras, como expresión de la actitud democrática
esencial. El verdadero demócrata, igual que el hombre religioso, no
puede adorar a su nación en el sentido corriente del término.
¿Cuál es, pues, en este problema, la función de la educación y de
la escuela? Debería ayudarse al joven a formarse en un espíritu tal que
esos principios esenciales fuesen para él como el aire que respira. Sólo
la educación puede lograr este propósito.
Si se tienen estos elevados principios claramente a la vista, y se
los compara con la vida y el espíritu de la época, se comprueba con
pena que la humanidad civilizada se halla en la actualidad en un grave
peligro. En los estados totalitarios los propios dirigentes se esfuerzan
por destruir este espíritu de humanidad. En las zonas menos amenazadas
son el nacionalismo y la intolerancia, la opresión de los individuos
por medios económicos los que pretenden asfixiar esas valiosísimas
tradiciones.
La conciencia de la gravedad de esta amenaza crece, sin embargo,
entre los intelectuales, y se buscan con afán los medios para contrarrestar
el peligro . . . tanto en el dominio de la política nacional e internacional
como en el de la legislación o de la organización en general.
Tales esfuerzos son, por cierto, indispensables. Los antiguos, sin embargo,
sabían algo que al parecer nosotros hemos olvidado. Todos los
medios resultan instrumentos inútiles si tras ellos no alienta un espíritu
vivo. Mas si el designio de lograr el objetivo actúa poderosamente
dentro de nosotros, no nos han de faltar fuerzas para encontrar los
medios que conviertan ese objetivo en realidad.
No resultaría difícil concordar en cuanto a lo que entendemos por
ciencia. Ciencia es la tarea, secular ya, de agrupar, mediante el pensamiento
sistemático, los fenómenos perceptibles de este mundo dentro
de una asociación lo más amplia posible. De manera esquemática es
intentar una reconstrucción posterior de la existencia a través del proceso
de conceptualización. Pero si me pregunto qué es la religión no
logro encontrar una respuesta adecuada. Y hasta después de hallar la
que consiga satisfacerme en ese momento concreto, sigo convencido
de que nunca podré, de ningún modo, unificar, aunque sea en parte, los
pensamientos de todos los que han brindado una consideración seria a
esta cuestión.
Así, pues, en lugar de plantear qué es la religión, preferiría elucidar
lo que caracteriza las aspiraciones de una persona que a mí me
parece religiosa: esta persona es la religiosamente ilustrada, la que se
ha liberado, en la medida máxima de su capacidad, de las trabas de los
deseos egoístas y se entrega a pensamientos, sentimientos y aspiraciones
a los que se adhiere por el valor suprapersonal que poseen. Creo
que lo importante es la fuerza de este contenido suprapersonal y la
profundidad de la convicción relacionada con su irresistible significado,
independientemente de toda tentativa de unir ese contenido con un
ser divino, ya que de otro modo no se podría concluir a Buda y a Spinoza
entre las personalidades religiosas. Por consiguiente, una persona
religiosa es devota en tanto no tiene duda alguna de la significación y
elevación de aquellos objetos y fines suprasensibles que no requieren
un fundamento racional ni son susceptibles de él. Existen de la misma
manera inevitable y natural con que se da el individuo. La religión es
así el viejo intento humano de alcanzar clara y completa conciencia de
esos objetivos y valores y fortalecer y ampliar de continuo su efecto. Si
se concibe la religión y la ciencia según lo dicho, resulta imposible un
conflicto entre ellas. Pues la ciencia sólo puede afirmar lo que es, mas
no lo que debiera ser, y fuera de su ámbito son necesarios juicios de
valor de todo tipo. La religión, por lo demás, enfoca sólo valoraciones
de pensamientos y acciones humanos: no puede hablar, esto es claro,
de datos y relaciones entre datos. De acuerdo con esta interpretación,
los conocidos conflictos entre religión y ciencia del pasado, deben
atribuirse, sin duda, a una concepción errónea de la situación que se ha
descrito.
Nace, por ejemplo, un conflicto cuando una comunidad religiosa
insiste en la veracidad absoluta de todas las afirmaciones contenidas en
la Biblia. Esto significa la intromisión, de la religión en la esfera de la
ciencia; aquí tenemos, pues, que situar la lucha de la Iglesia contra las
doctrinas de Galileo y Darwin. Además, algunos representantes de la
ciencia han pretendido llegar a juicios esenciales sobre valores y fines
con la base del método científico, y se han enfrentado con la religión.
Todos esos conflictos han originado errores fatales.
Empero, aunque los dominios de la religión y de la ciencia se hallan
en sí mismos muy diferenciados, existen entre ambos relaciones y
dependencias mutuas. Si bien la religión puede ser la que determine el
objetivo, sabe, en efecto, a través de la ciencia, en el sentido más amplio,
qué medios contribuirán al logro de los objetivos diseñados. Mas
la ciencia sólo pueden crearla quienes de manera profunda están imbuidos
de un deseo ferviente de alcanzar la verdad y de comprender las
cosas. Y este sentimiento surge, por supuesto, de la esfera de la religión.
Asimismo pertenece a ella la fe en la posibilidad de que las normas
válidas para el mundo de la existencia sean racionales, es decir,
comprensibles mediante la razón. No puede imaginar que exista un
solo científico sin esta arraigada fe. La situación puede expresarse con
una imagen. La ciencia sin religión es coja; la religión sin ciencia ciega.
Aun cuando he dicho antes que no puede existir por cierto verdadero
conflicto entre la religión y la ciencia, debo matizar, pues, tal
afirmación, de nuevo, en un punto esencial, en lo que respecta al contenido
real de las relaciones históricas. Esta diferenciación se refiere al
concepto de Dios. Durante la etapa primitiva de la evolución espiritual
del género humano, la fantasía de los hombres creó dioses a su propia
imagen que con su voluntad parecían determinar el mundo de los fenómenos,
o que hasta cierto punto influían en él. El hombre intentaba
atraerse la voluntad de estos dioses en su favor a través de la magia y la
oración. La idea de Dios dé las religiones que se enseña hoy es una
sublimación de ese antiguo concepto de los dioses. Su carácter antropomórfico
lo muestra, por ejemplo, la circunstancia de que los hombres
apelen al ser divino con oraciones y súplicas para obtener sus
deseos.
No se negará, sin duda, que la idea de que exista un dios personal
omnipotente, justo y misericordioso proporciona al hombre solaz,
ayuda y guía, y además, en virtud de su sencillez, resulta accesible
hasta para las inteligencias menos desarrolladas. Por otra parte, sin
embargo, esta idea incluye una falla básica, que el hombre ha percibido
de manera dolorosa desde el fondo de la historia. Vale decir, si este ser
es omnipotente, todo acontecimiento, incluidas las acciones humanas,
los pensamientos humanos y los sentimientos y aspiraciones humanos
resultan también obra suya. ¿Cómo pensar que los hombres sean responsables
de sus actos y de su conducta ante tal ser todopoderoso? AI
adjudicar premios y castigos, estaría en cierto modo juzgándose a sí
mismo. ¿Cómo conciliar esta premisa con la bondad y rectitud que se
le concede?
La fuente principal del rozamiento entre la religión y la ciencia se
halla, por consiguiente, en este concepto de un dios personal. El objetivo
de la ciencia es establecer normas generales que determinen la conexión
recíproca de objetos y hechos en el espacio y en el tiempo.
Estas normas o leyes de la naturaleza, exigen una validez general absoluta
. . . no probada. Se trata en esencia de un programa, y la fe en la
posibilidad de su cumplimiento sólo se funda, en principio, en éxitos
parciales. Pero es difícil que alguien negara esos éxitos parciales y los
atribuyera a la ilusión humana. El hecho de que al basarse en tales
leyes sea posible predecir el curso temporal de los fenómenos era
ciertos dominios con gran precisión y certeza, está muy arraigado en la
conciencia del hombre moderno, aunque haya captado una parte mínima
de las citadas leyes. Es suficiente que piense que los movimientos
de los planetas dentro del sistema solar pueden calcularse previamente
con gran exactitud a partir de un número limitado de leyes simples. De
igual modo, si bien en forma menos precisa, es posible calcular por
adelantado el funcionamiento de un motor eléctrico, un sistema de
transmisión o un aparato de radio, aun cuando se trate de inventos
recientes.
Por supuesto, si el número de factores que intervienen en un
complejo fenoménico es demasiado grande, en la mayoría de los casos
nos falla el método científico. Basta pensar en la meteorología, y que
advirtamos que la predicción del tiempo, hasta por un período de algunos
días, resulta imposible: Nadie duda, por cierto, que se trata de una
conexión causal cuyos componentes necesarios conocemos en su mayoría.
Los fenómenos de este campo no permiten una predicción exacta
debido a la variedad de los factores implicados, no a una falencia de las
leyes de la naturaleza.
No hemos penetrado tanto en las regularidades que se derivan del
reino de las cosas vivas, pero sí lo suficiente, empero, para advertir al
menos la norma de necesidad fijada. Pensemos al respecto en el orden
sistemático de la herencia, y en el efecto de los tóxicos, el alcohol, por
ejemplo, en la conducta de los seres humanos. Lo que falta en este
ámbito es captar las conexiones de generalidad profunda, mas no un
conocimiento del orden de sí mismo.
Cuanto más consciente es un hombre de la regularidad ordenada
de todos los acontecimientos, más sólida es su convicción de que no
queda espacio al margen de esta regularidad ordenada por caudal de
naturaleza distinta. Para él no existirá la norma de lo humano ni la
norma de lo divino como causa independiente de los acontecimientos
naturales. No cabe duda de que la ciencia no refutará nunca, en el sentido
estricto, la doctrina de un Dios personal que interviene en los
hechos naturales, donde esta doctrina siempre puede refugiarse en
aquellos dominios en los que aún no ha logrado afianzarse el conocimiento
científico.
Estoy convencido, sin embargo, de que si los representantes de la
religión adoptasen esa conducta no sólo sería indigno sino también
fatal para ellos. Pienso que una doctrina que es incapaz de mantenerse
a la luz, sino que debe refugiarse en las tinieblas, perderá de manera
irremediable su influencia sobre el género humano, con un daño enorme
para éste. En su lucha por un ideal ético los profesores de religión
deben tener suficiente formación para prescindir de la doctrina de un
Dios personal, esto es, desechar esa fuente de miedo y esperanza que
proporcionó en el pasado un poder inmenso a los sacerdotes. Tendrán
que apelar en su labor a las fuerzas que sean capaces de cultivar el
bien, la verdad y la belleza en la humanidad. Por supuesto que es una
tarea más difícil, aunque. mucho más meritoria y noble. Si los maestros
religiosos consiguen realizar la tarea indicada verán, en efecto, con
alegría que la auténtica religión resulta dignificada por el conocimiento
científico que la tornará más profunda.
Si uno de los objetivos de la religión es liberar al género humano
de los temores, deseos y anhelos egocéntricos, el razonamiento científico
puede ayudar también a la religión en otro sentido. Si bien es
cierto que el propósito de la ciencia es descubrir reglas qué permitan
asociar y predecir hechos, no es éste su único fin. Quiere reducir también
las conexiones descubiertas al menor número posible de elementos
conceptuales mutuamente independientes. En esta búsqueda de la
unificación racional de lo múltiple se hallan sus mayores éxitos, aunque
sea por cierto este intento el que crea el mayor riesgo de ser víctima
de ilusiones. Mas quien haya pasado por la profunda experiencia de
un avance positivo en este dominio se sentirá conmovido por un reverente
respeto hacia la racionalidad que se manifiesta en la vida. A través
de la comprensión logrará liberarse en gran medida de los engaños
de las esperanzas y los deseos personales, y alcanzará así esa actitud
mental humilde ante la grandeza de la razón encarnada en la existencia,
que resulta inaccesible al hombre en sus dimensiones más hondas.
Ciertamente, esta actitud me parece religiosa en el sentido más elevado
del término. Y diría asimismo que la ciencia no sólo purifica el impulso
religioso de la escoria del antropomorfismo sino que contribuye a
una espiritualización de nuestra concepción de la vida.
En tanto más progrese la evolución espiritual de la especie humana,
más cierto resulta que el camino que lleva a la verdadera religiosidad
pasa, no por el miedo a la vida y el miedo a la muerte y la fe ciega,
sino por la lucha en favor del conocimiento racional. Es evidente, en
este sentido, que el sacerdote debe convertirse en profesor y maestro si
desea cumplir con dignidad su elevada misión educadora.
FIN.

La libertad (Einstein, 1953)

La libertad (Einstein, 1953)
Ensayo extraído del libro “Mis creencias”, de Albert Einstein.
Fuente: http://www.elaleph.com
Libro completo en: http://www.uruguaypiensa.org.uy/imgnoticias/85.pdf

Sé que es tarea difícil discutir sobre juicios fundamentales de valor.
Si, por ejemplo, alguien aprueba, como fin, la erradicación del
género humano de la tierra, es imposible refutar ese punto de vista
desde bases racionales. Si, en cambio, hay acuerdo sobre determinados
objetivos y valores se puede argüir con razón en cuanto a los medios
por los cuales pueden alcanzarse estos propósitos. Señalemos, entonces,
dos objetivos sobre los cuales tal vez estén de acuerdo quienes
lean estas líneas.
1. Los bienes esenciales destinados a sustentar la vida y la salud
de todos los seres humanos, deberían producirse con el mínimo esfuerzo
posible.
2. La satisfacción de las necesidades físicas es por supuesto la
condición previa indispensable para una existencia decorosa, si bien no
es suficiente por sí sola. Para que los hombres se muestren satisfechos
deben tener también la posibilidad de desarrollar su capacidad intelectual
y artística según sus características y condiciones personales.
El primero dé estos fines exige la difusión de todos los conocimientos
relacionados con las leyes de la naturaleza y de los procesos
sociales, esto es, el impulso de todas las investigaciones científicas. La
tarea científica resulta; por cierto, un conjunto natural, cuyas partes se
apoyan mutuamente, de tal manera que nadie puede prever, en efecto.
No obstante, el progreso de la ciencia exige que sea posible la difusión
sin restricciones de opiniones y consecuencias: libertad de expresión y
de enseñanza en todos los ámbitos de la actividad intelectual. Por libertad
debo suponer condiciones sociales de tal índole que el individuo
que exponga sus modos de ver y las afirmaciones respecto a cuestiones
científicas, de tipo general y particular, no enfrente por ello graves
riesgos. Esta libertad de expresión es indispensable para el desarrollo y
crecimiento de los conocimientos científicos, un detalle de decisiva
importancia práctica. En primer término, debe garantizarla la ley. Mas
las leyes solas no logran asegurar la libertad de expresión; a fin de que
el hombre pueda exponer sus opiniones sin riesgos serios debe existir
el espíritu de tolerancia en toda sociedad. Un ideal de libertad externa
como éste jamás se logrará plenamente, aunque debe persistirse en él
con empeño si queremos que el pensamiento científico avance sin
tregua, lo mismo que el pensamiento filosófico y creador en general.
Para lograr el segundo objetivo, o sea que resulte posible el desarrollo
espiritual de todos los individuos, es necesario un segundo género
de libertad exterior. El individuo no ha de verse obligado a trabajar
tanto para cubrir sus necesidades vitales que no le quede tiempo ni
fuerzas para sus actividades personales. Sin este segundo tipo de libertad
externa, no servirá de nada la libertad de expresión. El progreso
tecnológico tornaría posible esta forma de libertad si se alcanzase una
división racional del trabajo.
La evolución de la ciencia y de las actividades creadoras del espíritu
en general, reclama otro modo de libertad que puede calificarse de
libertad interior. Esa libertad de espíritu consiste en pensar con independencia
sobre las limitaciones y los prejuicios autoritarios y sociales
así como frente a la rutina antifilosófica y el hábito embrutecedor del
ambiente. Esta libertad interior es un raro privilegio de la naturaleza y
un propósito digno para el individuo. Empero, la comunidad puede
realizar también mucha labor de estímulo en este sentido, por lo menos
al no poner trabas a la labor intelectual. Las escuelas y los sistemas de
enseñanza obstaculizan a veces el desarrollo de la libertad interior con
influencias autoritarias o cuando imponen a los jóvenes cargas espirituales
excesivas; las instituciones de enseñanza pueden, por otra parte,
favorecer esta libertad si fomentan el pensamiento independiente. Únicamente
si se prosigue con constancia y conciencia la libertad interior
y la libertad externa es posible el progreso espiritual y el conocimiento
y así mejorar la vida general del hombre en todos sus aspectos.
FIN.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Manifiesto

DECLARACIÓN DE INTENCIONES:La finalidad de este blog es la de estimular y promover el pensamiento crítico o libre pensamiento, bajo el convencimiento de que ello puede contribuir al crecimiento personal, al desarrollo humano, y, en definitiva, al progreso hacia una sociedad más justa, democrática y libre, con seres humanos asimismo más justos, demócratas, y libres.
Dicho de otro modo, desde este blog se pretende alentar a las personas a pensar de manera crítica, y a que promuevan en todas sus áreas de desenvolvimiento personal, el pensamiento crítico y la libertad de expresión, siempre junto con la defensa de y el respeto por los derechos humanos.

EN CUANTO AL NOMBRE DEL BLOG
Según el diccionario de la Real Academia Española (RAE) de la Lengua, la primera acepción del término "escepticismo" dice: Desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo.
Asimismo, según este mismo diccionario, por "humanista" o "humanístico" se entiende:
Perteneciente o relativo al humanismo o las humanidades. Y, por humanismo, según
su tercera acepción en el diccionario de la RAE, se concibe aquella "Doctrina o actitud vital basada en una concepción integradora de los valores humanos".
Poco valor tendría el pensamiento crítico y la ciencia si
no se pusieran al servicio de la humanidad
. Construir conocimiento es una tarea difícil pero encomiable, aunque aún es más encomiable compartir ese conocimiento con los demás y utilizarlo para ayudar a mejorar a las personas y a la humanidad en su conjunto.
El que suscribe tiene la convicción de que parte del crecimiento personal se va logrando a través de la búsqueda honesta, reflexiva y crítica de la verdad de las cosas, por una parte, y a través de la enriquecedora experiencia de compartir con los demás este proceso y los resultados que se van derivando del mismo.


AVISO PARA NAVEGANTES
Este blog no responde a ninguna motivación religiosa, ni tampoco se plantea desde ningún partido político o desde ninguna institución. Simplemente, surge del deseo personal de un ciudadano por reflexionar públicamente sobre cuestiones de interés filosófico y social, de compartir ideas, y de aprender en el proceso.
Cualquier persona es bienvenida a insertar sus comentarios en este blog, aunque advertimos de que los crédulos no se sentirán cómodos con lo que aquí se publique. Previsiblemente, sólo quienes sean escépticos, en el más puro estilo humanista, apreciarán, si cabe, en alguna medida, el contenido de este blog. No obstante, tengo la esperanza de que este blog enriquezca e ilustre, aunque sea mínimamente, tanto a mí mismo, como a quienes lo visiten, sean crédulos o escépticos. No se trata de un blog donde plasmar "la verdad" o "las verdades", sino donde ponerlas en duda, donde hacer pensar, donde reflexionar, donde revisar las ideas de otros pensadores, y donde iniciar aprendizajes posteriores. En definitiva, un punto de partida.


Firmado:
Juan Carlos Pérez-González, incorformista incorregible, escéptico por naturaleza, y ser humano comprometido con el desarrollo y el crecimiento de las
personas y de la humanidad.